El Espíritu Santo da toda una nueva dimensión al pecado. La incredulidad es un pecado del cual la conciencia nunca convencerá al hombre. Al no creer en Jesucristo, y rechazar así su salvación, el hombre falla en aprovechar el perdón, que Él proveyó por su muerte. Por lo tanto la culpa entera del pecado del hombre es acumulada de nuevo sobre sí mismo. Este pecado no es posible para un pequeño antes que alcance la edad de responsabilidad; en consecuencia, la gracia salvadora de Jesucristo todavía le
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